La inmortalidad es para las películas, pero ¿qué dirías de cumplir 90 sin cargar enfermedades ni discapacidades?
Hace un par de años, mi mamá cumplió 60 y me enseñó una foto de mi abuela a su edad. ¡Claro que mi mamá se ve mejor! (Y aunque no fuera cierto se lo hubiera dicho), lo interesante es que en ese momento me di cuenta de que yo hago exactamente lo mismo cuando pienso en mi edad: “Ya tengo 35, pero no parezco tan señor… ¿o sí?”.
No sé en qué momento comenzamos a preguntarnos si nos estamos haciendo viejos, pero hay algo que tengo muy claro, y es que nadie quiere envejecer.
¿Qué es lo que nos asusta tanto de envejecer?
En un artículo hecho por la periodista Patricia Ortega, para El Economista, la autora describe las principales preocupaciones de los adultos mayores en México, y para sorpresa de nadie, todo gira en torno a la salud y el bienestar.
Sin duda las arrugas y las canas nos preocupan, pero definitivamente no al nivel de padecer enfermedades que nos roben la independencia, y generalmente asumimos que estas vienen de la mano con la edad. Por eso, cuando comencé a profundizar en el tema, quedé sorprendido con la información que encontré.
Para empezar necesitamos saber cómo nos hacemos viejos, y como yo no soy ni médico ni científico, me puse a indagar profundo en este tema. Acá te lo explico de forma simple.
Una cosa es la edad cronológica, que celebramos año con año, y otra muy distinta es nuestra edad biológica. La edad biológica mide factores como la función de nuestros órganos, nuestro metabolismo, la salud mental y algo que cambió mi forma de entender el bienestar: la salud celular de nuestro cuerpo.
A todos alguna vez nos enseñaron las partes de una célula, probablemente ya se te olvidó, ¿a quién no?, pero ese no es el punto…. Lo importante es: ¿qué implica tener células saludables y cómo impacta esto nuestra forma de vida? Déjame explicártelo porque esto es enorme.
Salud celular: el secreto de la eterna juventud
Nuestro cuerpo es una fábrica de vida que requiere células trabajando, entre muchas otras cosas, para mantener un funcionamiento adecuado. Cuando las células se vuelven viejas, pierden su capacidad de dividirse y empiezan a acumularse, entonces comenzamos a ver deficiencias en nuestro cuerpo que derivan en enfermedades asociadas con la edad. En resumidas cuentas, mantener un estado celular saludable es lo que nos ayuda a evitar los padecimientos asociados con el envejecimiento.
“Pero de algo nos tenemos que morir”. Justo ahí está el punto de todo esto: el objetivo de la salud no es evitar la muerte, sino mantener nuestra calidad de vida. Que aunque cronológicamente tengas 60 años, te veas, te sientas y puedas hacer las actividades a la altura de alguien mucho más joven en número que tú. En pocas palabras, detener o inclusive retroceder tu edad biológica.
¿Es realmente posible detener los daños del tiempo?
Ahora viene lo más interesante: ¿hasta qué punto podemos intervenir en el deterioro de nuestras células para mantener o incluso mejorar nuestra calidad de vida?
Shinya Yamanaka tenía la misma pregunta, y en 2012 se llevó el Premio Nobel de Fisiología y Medicina por responderla. El investigador Japonés descubrió que las células adultas pueden reprogramarse para convertirse en células pluripotentes. Sé que suena confuso, pero en realidad es bastante sencillo.
Seguramente has escuchado hablar de las células madre, y si no aquí te lo cuento rapidísimo: Las células madre pueden convertirse en cualquier tipo de célula que tu cuerpo necesite para ayudar en su mantenimiento y regeneración. De esta forma ayudan a prevenir y combatir enfermedades; pero su uso es muy controversial, porque implica extraerlas de un embrión humano. Pues precisamente lo que descubrió Shinya Yamanaka es que no es necesario extraer estas células de un embrión humano, sino que pueden utilizarse células adultas, del mismo paciente, y transformarlas para que hagan la función de una célula madre, algo que cambió por completo el juego porque deja de lado todos los problemas éticos.
Del futuro al presente
Me gustaría decirte que acudas cuanto antes a tu médico para realizarte el procedimiento, pero la realidad es que los científicos siguen en etapa de experimentación para asegurar que la célula adopte el papel requerido por el cuerpo del paciente, y aunque ya se han hecho pruebas en humanos, uno no puede llegar a pedir el tratamiento como si fuera una aspirina.
Pero no hice este artículo para darte una mala noticia. Mientras llegamos a ese punto, lo que sí puedo decirte es que hay prácticas que puedes incorporar a tu vida diaria para detener, o inclusive revertir, los efectos del envejecimiento. Es muy probable que ya las hayas escuchado antes, pero nadie te ha dicho cuál es su verdadero impacto. Hoy te hablo de la primera de estas prácticas y te cuento lo que no te dicen en otros lados para que empieces a aplicarlo en tu vida.
Nacimos para movernos
Por más cómoda que queramos hacer nuestra vida, el cuerpo fue diseñado para moverse. Nuestros antepasados se movían para conseguir alimento, encontrar un lugar seguro o simplemente para explorar la tierra. El problema es que ahora no “necesitamos” movernos, a veces ni siquiera para ir al trabajo. Podemos cambiar de canal sin levantarnos de la cama, hacer el súper por una aplicación, encender el robot que barre y trapea… puedes incluso comprar una máquina que juegue con tu perro.
Esa falta de necesidad se convierte en una falta de motivación: ¿qué sentido tendría salir a cazar si tienes el alimento en el congelador? O peor todavía, ¿como para qué irías a un cuarto lleno de gente sudada para levantar 30 veces la misma mancuerna? Se supone que nuestro bienestar y salud deberían ser suficiente motivación, pero seamos honestos, si no tenemos claro lo que representan la salud y el bienestar de manera concreta, ¿cómo vamos a reconocer sus beneficios? Por eso quiero plantearte 3 beneficios puntuales que van a cambiar tu perspectiva y te van a ayudar a entender lo que representa el movimiento en tu día a día.
Primero: un shot de felicidad
Cada vez que te mueves, tu cuerpo recibe un shot de 4 neuroquímicos que no solamente influyen en tu bienestar, sino también en tu felicidad. Probablemente los has escuchado:
La dopamina, que te regala mayor motivación, entusiasmo y regula tu capacidad de aprender; la serotonina, que regula tu estado de ánimo y ansiedad; la Noradrenalina, que te ayuda a gestionar el estrés, fortalece tu atención y regula tu presión arterial; y las endorfinas, que reducen tu percepción del dolor y aumentan tu sensación de felicidad.
Imagínate tener esa mezcla de beneficios en un vaso frente a ti. No me digas que no te lo vas a tomar.
Segundo: una memoria más fuerte
Todos sabemos que el ejercicio aumenta nuestra masa muscular, pero resulta que también incrementa la densidad de nuestros huesos. Esto no quiere decir que mientras más ejercicio hagas más alto vas a estar, obviamente, pero sí que el almacenamiento de tu memoria va a mejorar gracias a la osteocalcina, que es la hormona liberada por tus huesos al hacerse más densos. Ahora, tener buena memoria puede parecer poca cosa, pero si pensamos que una de las principales enfermedades asociadas con la edad es el Alzheimer, la cosa cambia. ¿Te habían dicho antes que levantar pesas ayuda a combatirlo?
Tercero: reparación y regeneración de nuestro sistema
Al hacer ejercicio estresamos nuestro cuerpo, y aunque generalmente asociemos el estrés con algo negativo, este tipo de estrés en particular nos beneficia, porque activa en nosotros todo tipo de mecanismo regenerativos que ayudan a reparar los músculos y dan mantenimiento a nuestros sistemas. Eso se traduce en lo que nos trajo hasta aquí: revertir los efectos del envejecimiento y la llegada de enfermedades asociadas con la edad.
De la teoría a la actividad diaria
Ya sé, todo suena muy bonito en la teoría, pero eso no quita que cambiar nuestros hábitos cueste mucho trabajo. Te tengo una buena noticia, no necesitas empezar a ir al gimnasio para activar todo esto. Cualquier actividad física que hagas, por mínima que parezca, pone a trabajar el cuerpo contra el envejecimiento. Si antes dabas un paso y ahora das dos, ya vas ganando.
Te voy a compartir algo que a mí me ha funcionado y seguramente también te va a ayudar a ti. Yo le digo “pasear la flojera”, tú dile como quieras. Cuando estoy trabajando, divido mi tiempo en bloques de 50 y 10 minutos. Durante 50 minutos me enfoco en la actividad que esté realizando, pero cuando dan las 12:50, por ejemplo, me levanto, estiro los brazos, muevo mi cuello y me pongo a caminar por donde sea; voy acomodando cosas que encuentro fuera de lugar; pienso en voz alta, respiro y siento mi cuerpo. Estas pequeñas pausas dinámicas no solamente activan partes de mi cuerpo que estuvieron estáticas, también me ayudan a despejar la cabeza para poder enfocar mi atención de nuevo en lo que estaba haciendo.
Puede sonar tonto, pero hacer esto cada hora es una forma de realizar actividad física que antes no hacías, y un cambio pequeño siempre arrastra cambios más grandes. Si andas con flojera, por lo menos sácala a pasear.
No cabe duda de que el descubrimiento de Shinya Yamanaka va a cambiar en un futuro muy cercano la forma en que tratamos las enfermedades, pero la mejor noticia es que no necesitamos esperar a que llegue ese momento para empezar a combatir el envejecimiento.
La próxima vez que te preguntes si te ves como la generación de tus papás, acuérdate que la edad biológica no se esconde con filtros, outfits y maquillaje.